La polarización en la que se ha instalado la política de nuestro país envenena la convivencia creando bandos, reduce la democracia a una lucha por el poder en la que vale todo –desde pactar con terroristas a comprar votos de tránsfugas– e ignora las reformas necesarias para retomar la senda de la prosperidad. La polarización no es un castigo divino sino una estrategia electoral alentada desde los partidos extremistas y por el viejo bipartidismo que han considerado que la forma más simple para acceder y mantenerse en el poder y que permite justificar la propia corrupción con la del otro bando. Es una estrategia populista que degrada la política reforzando su visión más negativa, pero no podemos caer en el pesimismo, porque otra política es posible. Una política entendida como servicio público y no como servirse de lo público, que no alimente la división y no gobierne en contra de la mitad de los ciudadanos, sino que busque consensos, que el poder  es no sea el fin que lo justifique todo sino un medio para llevar a cabo las reformas necesarias para el futuro de todos. Esta es la forma de entender la política del centro, por eso desde los extremos quieren destruirlo como estamos viendo estos días con la convocatoria de elecciones en Madrid y por eso el centro es más necesario que nunca.